25 de enero de 2015

La Arboleda




Hacía mucho que no recorría este camino, y nunca me pareció tan solitario… tan callado.


Eso decía Kor hacía sus adentros mientas admiraba con tristeza el paisaje; podía contar solo un par de décadas atrás cuando este mismo sendero aún estaba lleno de árboles y estos lo saludaban al pasar, crujiendo su ramas en reverencia a alguien de su estatura. Eran también otros tiempos, en que aún portaba con orgullo sus cuernos, gruesos y retorcidos; y no necesitaba preocuparse por lo caliente o el desgaste que el asfalto le causaba a sus pezuñas. En ese entonces lo conocían como el príncipe de los sátiros.


Hoy de nada le sirve su título, nadie lo recuerda. No hay más canciones o grabados contando sobre él, no hay fiestas con bacantes o largas cacerías al lado de los hombres. Un día se volvió invisible y desechable como todo su reino.


Debería herrarme. – Pensó. - Sus caminos son más rápidos, no puedo negar eso, pero por qué están hechos para lastimar a todo el que camina por ellos? Así es todo lo que hacen: rápido, como si el mundo se fuera a acabar y no toman en cuenta el precio de sus acciones, no se dan tiempo de voltear a su alrededor.


El viento sopló un instante y trajo consigo una botella de plástico. Con enojo la levantó del suelo. Kor nunca ha entendido el plástico ni nada hecho por los hombres que no pueda volverse composta. Levantó la vista, su pequeño hallazgo era señal de que su destino no estaba lejos.


Llevaba caminando desde el amanecer, pero el sol del mediodía terminó por incomodarlo y decidió dejar el camino de asfalto, de su alforja sacó una ocarina y comenzó a tocar. Su expresión cambiaba por una casi alegre mientras de la tierra un árbol comenzó a crecer. Al terminar la melodía había frente a él un roble lo bastante grande para poder sentarse a la sombra. Destapó su odre y bebió un poco de vino. El vino aclaró su memoria.


Este recorrido lo hacía Kor cada año, la primera vez lo llenó lo orgullo después lo llenaría de culpa.


El camino de asfalto terminaba poco menos de un kilómetro más adelante, justo en una curiosa arboleda en medio de una zona árida donde todo lo que podía verse a la distancia eran carreteras. La arboleda no podía pasar inadvertida por quienes recorrían ese tramo carretero. Los robles no son propios de la región de esta región y sin embargo se mantenían, se apreciaban algunos parches de asfalto rodeados por pasto alto, lo que fueron casas y negocios ahora en ruinas tapizados de trepadoras, y entre las copas un tanque de agua sobresalía.


El sátiro terminó su vino y se acercó al borde de la arboleda.


Perdón.


Dijo, casi como un susurro; comenzó a adentrarse al tiempo que tocaba la ocarina nuevamente y una llovizna comenzó.


Como muchas criaturas feéricas, los sátiros no pueden percibir el tiempo del mismo modo que los humanos. Kor como muchos otros no entendía el paso del tiempo, el progreso, las máquinas y demás inventos humanos, todo fue muy rápido y la raza a que veían como niños pronto los superó, olvidó y amenazó su existencia. Su hogar sufrió, arboles murieron, así como hadas, duendes y animales que los habitaban; y eso para la construcción de ese pueblo.


Su enojo era grande, y creo música violenta como nunca ha vuelto a hacer; fuertes vientos y tormentas azotaron por siete días, y por la noche del séptimo, abruptamente un bosque emergió y se tragó el pueblo por así decirlo.


Hubo gente que logró escapar, otra no tuvo tanta suerte y el bosque cobró sus vidas implando, asfixiando o aplastando con el derrumbe de las construcciones. Kor celebró esa noche, a solas y con odres de vino. Por la mañana recorrió el kilómetro que lo separaba del pueblo, y se acercó a regodearse en su obra. Su orgullo fue disminuyendo al encontrar cada vez cuerpos, hasta que la culpa lo llenó.


Sin saber qué hacer, solo ofreció una melodía de réquiem para todos aquellos, y una llovizna cayó en señal de despedida. En otras ocasiones a ofrecer su música y el consuelo de la lluvia.


Creí ser mejor que ellos, que podía ahuyentarlos y levantarme victorioso sobre los hombres y mi estupidez fue tan grande como los suya. Hice tanto daños como ellos. Es triste que alguna vez caminamos hombro con hombro, duendes y hombres, y ese día fueron para mí, extraños a los que podía agredir.


También es cierto que ahora ellos son más, son más caminos suyos, más pueblos, más ciudades; mientras que mi gente ahora somos invisibles habitantes de la penumbra y nuestro hogar que compartimos con ellos se ve reducido cada vez más. Es que eso también es invisible para ellos?


Quizá no me corresponde, quizá algún día la naturaleza hablará y peleará por si misma.





El cielo se oscureció, y la llovizna se volvió lluvia, cubriendo el pueblo fantasma, las carreteras y las ciudades aledañas. La lluvia también llevando la música y la historia de Kor para aquellos dispuestos a oír.




Por: Maese Sasha

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