8 de marzo de 2014

Inocencia en la calle

Voy en el carro con mi papá que me lleva al trabajo y al detenernos en un semáforo un niño se nos acerca. Su camiseta blanca está agujerada en las mangas y los pantalones, que alguna vez fueron verdes, casi alcanzan un tono gris. Tendrá unos ocho o nueve años. Tez morena clara, ojos grandes y obscuros, delgado. Comienza a jugar con un juguete, que es como un silbato, frente a la ventana de mi papá. Hace ruidos graciosos y nos sonríe y mi papá le pregunta que hace y el sólo contesta levantando los hombros como diciendo: “no sé.” Y entonces dice: “jugando con esto.” Parece no saber pedir dinero ni saber lo que hace ahí, pero me da ternura verlo divertirse con su juguete y sonreír.
Mi papá dice ya haberlo visto antes sobre la misma avenida, iba con mi mamá quien le regaló unas semillas de calabaza saladas.
Sólo unos días después como a las diez de la noche fui con un par de amigos a cenar una pizza después de nuestra última clase para celebrar que el semestre había terminado y habíamos concluido con buenas calificaciones.
Estábamos cenando en las mesas de afuera cuando se acerca un niño y nos dice algo así como: “estoy pidiendo dinero para la operación de mi hermanita.” Lleva una bolsa de paletas de bob esponja en la mano y yo saco mi cartera y saco unas monedas sin ver y se las doy. Él me da dos paletas.
Sigo platicando con mis amigos y él se queda contando el dinero, entonces me dice:
- ¿te di dos paletas verdad?
- Sí.
- Entonces te falta, porque cuestan siete pesos cada una.
- ¡Pero no me dijiste que las estabas vendiendo! Tú me pediste dinero nunca me dijiste ni cuanto costaban y solo me diste las dos paletas.
(Se sonríe y no dice nada)
- Ok. Dime cuánto me falta.
- Mmmm (se queda contándolo una y otra vez pero no logra hacer cuentas).
En eso me doy cuenta que es el mismo niño que ha visto mi papá en la avenida y precisamente estamos sobre esa avenida.
- ¿Cuánto dinero tienes? (Dice un amigo que no tiene la voz muy varonil que digamos)
- Cuánto dinero tienes. (Repite el niño arremedando a mi amigo con tono burlón) Oye, ¿tú no deberías tener la voz como hombre? ¡Se te oye de niño! (se ríe a carcajadas burlándose).
Todos reímos brevemente y después reanudo la conversación.
- ¿Cuánto dinero tienes ahí?
- once pesos.
- Así que sabes que te falta dinero pero no sabes cuánto.
- No, no sé. (y se rasca la cabeza con algo de frustración).
Veo que le estoy causando conflicto al hacerlo pensar así que mejor así lo dejo, me sonrío, saco tres pesos y se los doy.
Mis amigos sacan dinero y le compra una paleta más cada quien. Mi amigo le despide diciendo:
- Vete con mucho cuidado, no te arriesgues en la avenida.
- Sí. Gracias, ¡adiós!
Lo observo retirarse y cruzar la avenida corriendo entre los carros. Se queda en medio, en el camellón.
Me doy cuenta que es un niño normal como cualquier otro. Juguetón, burlón, simple, platicador. Y entonces me pregunto quién lo tendrá ahí día y noche pidiendo dinero sólo sobre la avenida corriendo entre los carros. ¡Porqué ni siquiera sabe pedir! ¿Será que realmente está por necesidad, voluntariamente para ayudar a su familia? Y si tiene una familia, ¿dónde está? ¿Su hermana realmente necesitará una operación? ¿Tendrá una hermana siquiera?
Me quedé con muchas dudas, muchas preguntas, que tal vez nunca llegue a saber. No lo he vuelto a ver en la avenida desde entonces, pero pienso en él. En su rostro de inocencia, su sonrisa y su simpleza de niño. Espero se encuentre bien.

6 de marzo de 2014

Finales felices

Gerald salió de la estación del metro al norte de la ciudad era medio día y el sol se imponía en el cielo, comenzó a recorrer el ya conocido camino hacia su segundo empleo volteaba cada cinco pasos esperando ver el bus de la ruta 246. El sol quemaba el aire y la volvía pesada, el smog de los autos apenas lo dejaba respirar, las aceras pequeñas y la basura le hacían insoportable el camino no llevaba ni la mitad del trayecto cuando se dio cuenta que estaba harto, harto del calor, harto de un empleo mal pagado y otro sobré explotado, harto de no tener mas chiste que el que se cuenta una vez y pierde gracia estaba harto de la rutina de sus sueños inalcanzables había perdido la fe la creía secuestrada por la enfermedad de su padre postrado en cama desde que el tenia 16 años y obligandolo a trabajar para comprar las medicinas que necesitaba; cuando así de pronto lo vio tirado a media calle irrumpiendo con su color rojo carmín la monotonía de la ciudad enloqueciendo la seguridad de su rutina un pulpo se retorcía por el calor del pavimento se acerco a recorjerlo estaba viscoso y caliente era un caldo entre sus manos que lo miraba con un diminuto ojo y cuando sus miradas se cruzaron lo entendió todo, vio el universo romperse y volver a surgir se volvió omnipresente en el cosmos y dejo atrás toda ancla terrenal todo prejuicio posmoderno y al fin después de 15 años se sintió feliz por aproximadamente 10 segundos justo después fue atropellado por el bus de la ruta 246 murió al instante se desplomo sobre la calle pero en su cara destrozada aun se alcanzaba a ver una sonrisa y en sus manos chuecas las ventosas de un pulpo.





y como aviso de ocasion si tienen cuenta en youtube les agradeceria infinitamente si le regalen un like a este vídeo es un concurso para que apoyen el proyecto de una amiga que hace música hermosa y que debería contar con mas oportunidades.




2 de marzo de 2014

Soled-app [Minicuento]



Jacinto abordó la ruta ciento veintidós en Ruiz Cortines a la altura de Guerrero. Camila la había tomado en Ocampo, allá en el centro. Se sentó a su lado, la miró de reojo mil veces. Camila no despegaba la vista del celular, hacía scroll, respondía mensajes, cambiaba la canción. Las orejas obstruidas por dos auriculares blancos enrollados por debajo de su blusa, la bolsa estratégicamente abrazada. Camila no miró a su alrededor. Jacinto la siguió mirando con la ilusión de cruzar la vista con ella. Para Rómulo Garza, el muchacho se puso de pie, presionó el botón naranja y descendió esperanzado en que ella desde adentro lo alumbrara con sus ojos pero ella siguió en el móbil. El destino erró en esa ocasión, hubieran sido muy felices, se habrían amado y en unos años comprarían su primer casa y estrenarían un coche para no tener que viajar más en camión, pero no sucedió, jamás se volvieron a ver, mejor dicho, nunca se voltearon ver.
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