17 de noviembre de 2013

Lo que no tiene fin


I

La mujer de gestos delicados entró apresurada hasta su cuarto y se dirigió al tocador de cedro y decoraciones doradas. Tomó el frasco verde de Diazepan y sin atinar a las prescripciones médicas tomó algunas pastillas. Detrás de ella entró el hombre alto.

-Me siento pésima, no debí comportarme así – se disculpó la mujer tras la peculiar fiesta de la noche pasada – te lo suplico- rogó y se soltó a llorar.

A él le molestaban las lágrimas de ella, o mejor dicho, de cualquier mujer, fuese su madre, su hermana, o la mujer que estuviese frente a él. Lloriquean por todo, le decía su padre.

-Deja de llorar, querida. Por favor, vamos, levántate. No tengo de que disculparte. Vamos ya – dijo el hombre mientras cruzaba al otro lado de la habitación. Trató de regalarle una caricia pero no le resultó.

-Tienes que saber, de verdad no fue mi intención. – Empezó a decir de nuevo mientras sus lágrimas cesaban. Tomó un cepillo de cerdas metálicas y comenzó a cepillar el estropajo de cabello que le había quedado después de la velada anterior. En ese instante, el vislumbró el frasco verde que yacía en ese lugar.-  Oh, mis pies, mis pies. Mira que hinchados están. Me duelen muchísimo. Este embarazo me sienta fatal, eh. – y se echó a reír.

Él la miró perplejo, todavía no se acostumbraba a sus cambios  de humor. Temía que un día, en cualquier momento, quedara loca de remate. El temor era latente, en su vientre llevaba a su primogénito que según presagiaba la madre de él: era varón; esto por la forma del vientre de ella, ovalado hacia enfrente.

-No puedo con esto. – murmuró como para si pero sus palabras retumbaron en toda la casa, en las paredes, en las macetas de plantas millonarias, en los huesos y oídos de ella.

-No te vayas. –rogó silenciosamente, mientras las lágrimas rodaban una vez más hasta caer en su vestido de terciopelo rojo.

II

Dorothy Young era la clase de mujer que se puede presumir perfectamente en la sociedad o en la selva y no dejaba de verse y comportarse monísima. Recibió educación rígida: escuela para señoritas, escuela de modales, clases de piano, ballet para fortalecer las piernas, natación para fortalecer la espalda, religión para fortalecer la moral. Con él boom  de las escuelas mixtas se esperaba que Dorothy asistiera a la universidad pero eso es y será siempre cosa de hombres, tu hija debe educarse para cuidar a su marido y su casa, Grace.

Dorothy fue solitaria, era mujer de pocas palabras y de ideales nulos también. Sus manos eran nerviosas, tendientes a inútiles. Por supuesto que tenía su encanto, dulzura, sonrisa cálida. Enamoró a Ernest en una fiesta familiar de él. Tan callada, instruida para el hogar, la mujer ideal, pensaba él.

III

La noche de la fiesta en los pensamientos de Dorothy.

“Hay mucho polvo, polvo y silencio. Detesto el silencio, detesto que me tomen por una loca. Calma, calma Dorothy , o te dará otro ataque de nervios. Debo controlarlos dijo el doctor, no debo tomar calmantes. Ya, ya respira. Me siento indispuesta a ir a esa dichosa fiesta de la dichosa Florence que debe de ser muy encantadora según me cuenta Ernest, si encantadora. Ernest, oh querido… odio cuando llegas tarde a casa. Ayúdame a no pedir ayuda. ¿Eso que sobre sale del saco de Ernest, es un telegrama? ¿Es eso? Oh, no, Dorothy, confía en él. Será algo de negocios. Bien, qué debo ponerme para la dichosa fiesta. Está barriga no permitiría lucirme frente a la dichosa Florence. Pero sí, si es un telegrama. Veamos, sólo para estar segura que no hay problemas. ¡Por Dios! Esa Florence tendrá que ver quién es la mujer de Ernest Young, oh sí tendrá que ver.  Cuándo yo vaya a esa fiesta… ¿Quién es? Llegó Ernest por mi, de acuerdo. Gracias Marie. Será mejor que me tome unos calmantes. Unos cuantos.
 
 

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